Marcela Serrano Revista Ya El mercurio
Los llamados trastornos de ansiedad vienen del miedo. Un miedo que fue necesario alguna vez porque nos advirtió del peligro, pero que las experiencias de la vida han ido condicionando. El miedo aparece muy seguido y nos hace la vida difícil, ahora que somos grandes y tenemos tanto miedo. Ya no está el león que nos va a comer. Puesto de otra manera, ya no soy la niña fea del colegio ni el malo para los deportes o el defensor de mi padre frente a mi madre. Cosas de la vida que nos asustaron mucho alguna vez, cuando no teníamos los recursos para enfrentarlas, y que hoy nos parecen lejanas o triviales o que incluso hemos olvidado, están condicionando una respuesta que ya no es necesaria. Algo en el ambiente le recuerda a la persona el peligro que vivió en el pasado. Y esto no alcanza a pasar por el consciente, es el cuerpo que lo siente, la emoción despierta… y aparece la ansiedad. Ahora, cuando ya no hay miedo, ahora que la amenaza ya no es real.
La ansiedad es un enemigo porque altera la relación con el mundo y nos deja inermes, presos de una emoción que no controlamos. Los fóbicos son ansiosos, por ejemplo. Y su manera de tolerar la ansiedad es negándose a soportar algunas cosas. También los contra-fóbicos son ansiosos. Estos son los que ante el peligro, atacan. A veces lo hacen impulsivamente, a veces calculadamente. Pero la ansiedad solo parece controlarse si estamos en acción. Al revés del fóbico.
La ansiedad es un enemigo de estos tiempos, porque produce un enorme estrés. El pobre cuerpo secreta y secreta cosas para lidiar con un miedo que la mayoría de las veces no existe ya. Gastamos mucha energía controlando la ansiedad y lo pasamos mal y los demás lo pasan mal también. Porque la ansiedad es conmoción, intranquilidad, angustia, desasosiego, nerviosismo, preocupación. Ningún goce es posible con ansiedad. Ninguna conversa es buena porque no escuchamos, ninguna relación sexual es plena, ninguna alegría es completa.
Si en Chile la ansiedad es uno de nuestros principales enemigos, podríamos mirarla. Conocerla. Al menos la propia. Y buscar maneras de controlarla. Lo otro es una irresponsabilidad. Porque en definitiva si uno ve el mundo como un estrés o un peligro, eso no es culpa de quienes viven con nosotros y nos quieren.