La culpa de que los niños coman tan mal, ¿es de los padres?

Afirmar que los niños toman demasiado azúcar no sorprende, por desgracia, a nadie. Se ha constatado que los niños españoles de 6 a 8 años toman una elevadísima cantidad de azúcares libres (que no debemos confundir con los azúcares de las frutas enteras, denominados “azúcares intrínsecos”). Así, mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que el consumo de azúcar en niños es opcional (no hace falta tomar azúcar) y que lo ideal es que dicho consumo no exceda el 5% de la ingesta calórica total, los niños del estudio consumieron de media 94 gramos diarios de azúcar, lo que supone una ingesta calórica a partir de azúcar que oscila entre el 22 y el 25% del consumo total de energía.

Es decir, unas cinco veces por encima de lo recomendado por la OMS. Se trata, sin duda, de un hábito con nefastas consecuencias para la salud física y mental de esos niños a corto, medio y, sobre todo, largo plazo. Tomar menos azúcar podría reducir el porcentaje de grasa en el cuerpo, lo que disminuiría el riesgo de padecer enfermedades crónicas relacionadas con la dieta.

Lo dicho para el azúcar es del todo aplicable a la sal. Más del 80% de los escolares españoles consume una excesiva cantidad de sal, según una investigación publicada en la revista European Journal of Nutrition. Es algo que, de nuevo, eleva su riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares a largo plazo.

 

El consumo de azúcar en los niños está unas cinco veces por encima de lo recomendado por la OMS

Sería lógico pensar que estos investigadores abogasen por la educación dietético-nutricional tanto a los niños como, sobre todo, a los padres.

De entre tales factores debemos computar la enorme oferta de alimentos malsanos, que rodean a los niños. Una gran parte del catálogo de alimentos dirigidos o anunciados al público infantil corresponde a perfiles inadecuados. Se justifica que los menores no son capaces de valorar con juicio los mensajes publicitarios y que el marketing dirigido a ellos empeora su comportamiento alimentario. Se insiste también en que la publicidad de productos malsanos (no inocuos) no debería dirigirse a los niños, máxime cuando se presentan falazmente como saludables, en muchas ocasiones con declaraciones engañosas de salud o con avales de personas famosas o admiradas por los niños, como deportistas o youtubers.

Los menores no son capaces de valorar con juicio los mensajes publicitarios y el marketing dirigido a ellos empeora su comportamiento alimentario, por lo que la publicidad de productos malsanos no debería dirigirse a los niños

Dados los cuatro hechos anteriores (los menores se alimentan mal, el catálogo de productos que se les ofrece es, en gran medida, malsano, la publicidad es engañosa y los menores no son capaces de protegerse por sí mismos) parece que hemos de idear una solución.

La que propone la industria de alimentos malsanos es que sean los padres los que los protejan, decidiendo qué puede comprarse y qué no. Una tarea de equilibristas, imposible. Porque, ¿acaso los progenitores tienen unos conocimientos suficientes de nutrición? ¿Tienen una capacidad real de contrastar el devastador efecto del llamado “marketing depredador”? ¿Son libres de escoger o no alimentar correctamente a sus hijos? O, dicho con otras palabras, ¿podemos responsabilizar a los padres de la mala alimentación de sus hijos?

Estamos ante un cóctel explosivo: alimentación desequilibrada, una enorme oferta de productos malsanos, un marketing depredador y pocos conocimientos nutricionales por parte de los padres

Estamos, por tanto, ante un cóctel explosivo. Hemos visto algunos de sus ingredientes: alimentación desequilibrada en la infancia, una enorme oferta de productos malsanos, un marketing depredador, la incapacidad de los menores de protegerse a sí mismos y pocos conocimientos nutricionales por parte de los padres. Pero hay más sustancias explosivas en ese cocktail: las administraciones no ayudan (manejan conceptos obsoletos),).

Frente a este cocktail explosivo para la salud pública que acabamos de describir hay, afortunadamente, soluciones. No deben servirnos para eximirnos de reforzar nuestra vigilancia como progenitores, pero es preciso conocerlas. De entre las medidas que han mostrado eficacia para mejorar la alimentación de la población, en el artículo de la Revista de Pediatría de Atención Primaria encontramos la prohibición de la publicidad de alimentos insanos dirigida a niños, los impuestos a los alimentos malsanos o la utilización de etiquetas que muestren claramente que estamos ante un producto desaconsejable. Un ejemplo de esto último es el sistema de presentación alimentaria chileno. Mediante etiquetas claras, este sistema revela el carácter malsano de ciertos productos y motiva cambios en los comportamientos de los consumidores, que consideran la salud un factor muy relevante.

En suma, si los padres optan transitar caminos mal señalizados a la hora de tomar decisiones relativas a la alimentación de sus hijos, y acaban desorientados, no es su culpa. Ha llegado el momento de poner el foco en otras partes.

Julio Basulto (@JulioBasulto_DN) es un Dietista-Nutricionista que intenta convencer al mundo de que comer mal no se compensa con una zanahoria.

F. El Pais. Com

Editor. Dr Pedro Barreda

Autor J. Basulto