Las obsesiones más frecuentes son sobre la higiene del pequeño. La revolución hormonal y la presión social favorecen este tipo de signos.
|Tras dar a luz al primer bebé comienza una etapa llena de cambios, tantos que a nadie le sorprende ver a una madre primeriza obsesionada con la esterilización de los biberones o que comprueba constantemente si su pequeño está respirando. Según un nuevo estudio publicado en la revista ‘The Journal of Reproductive Medicine’, durante los primeros meses de la maternidad, las mujeres tienen más comportamientos obsesivos compulsivos que la población general.
“En el periodo posparto se desregula la serotonina (debido a la revolución hormonal propia de esta etapa y esto podría ser la causa de que aumenten los síntomas obsesivos-compulsivos”, explican los autores de la investigación, de la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad de Northwestern (Chicago, EEUU).
Otras investigaciones, reza el artículo, apuntan que también influye el aumento de oxitocina que se produce durante embarazo y en la fase posterior. Otros expertos creen que además afecta el incremento de actividad en el hipotálamo-pituitaria-corteza adrenal.
Lo que está claro, asegura Dana Gossett, una de las autoras del estudio, es que en los primeros meses de maternidad “existe un alto riesgo de desarrollar síntomas obsesivos compulsivos”. De hecho, después de examinar a 461, y teniendo en cuenta información psiquiátrica y el historial ginecológico, los autores encontraron que dos semanas después del parto, el 11% de las nuevas mamás tenía síntomas obsesivos compulsivos, comparado con el 2%-3% de la población general.
Sólo se trata de síntomas, “no un trastorno en sí”, matiza Diana Sánchez, psicóloga y presidenta de la Asociación Española de Psicología Perinatal. Al comentar este estudio, y basándose en su experiencia clínica, la experta española indica que suelen ser “signos propios de una adaptación a la nueva situación (pasamos de tener que ser buenas profesionales a depender y ser responsables de todo lo que le pasa al bebé) y por eso desaparecen al cabo de un tiempo”. Según los resultados de este trabajo, a los seis meses la mitad de las afectadas mostró mejoría.
Las participantes rellenaron varios test de depresión, ansiedad y de desorden obsesivo compulsivo. El 70% de ellas tenía signos de depresión, lo que algunos definirían como depresión postparto. En este punto, los especialistas estadounidenses se preguntan si realmente está bien definido. Quizás no sea simplemente un episodio de depresión, sino un trastorno mental característico de esta etapa y con sus propios rasgos, entre ellos la ansiedad y los síntomas obsesivos compulsivos.
La mayoría de los pensamientos obsesivos que las mujeres del estudio tenían estaban relacionados con su preocupación por la suciedad y los gérmenes, por eso comprobaban una y otra vez la limpieza de sus pequeños. Podían mirar repetidas veces el monitor del bebé por si ha dejado de funcionar, asegurarse cientos de veces si la barandilla de la cuna está bien subida y si los biberones están lo suficientemente esterilizados.
Casos muy similares a los que la experta española conoce. Su comportamientos se caracterizan por “un exceso de higiene y limpieza. Lavan hasta dos y tres veces la ropa antes de ponérsela por primera vez, esterilizan cualquier cosa que entre en contacto con el bebé, miran continuamente si está respirando y, su preocupación por la alimentación, a veces las lleva a pesar varias veces al día a su pequeño”. Cuando el bebé tiene ocho o nueve meses, “no les gusta que gateen por miedo a los gérmenes y tampoco les dejan chupetear todo”.
La biología no es el único factor que ayuda a tener estas preocupaciones, según Diana Sánchez, la presión social es otra causa muy significativa. “El hecho de que a las mamás se las trate como a niñas, se las infantilice y se ponga en duda todo el rato su valía en esta nueva función; también el control excesivo al que se las somete ya desde el embarazo, como si fuera una enfermedad. Es el caldo de cultivo perfecto”.
Cuando estos síntomas se extienden en el tiempo a más de un año, recomienda Gossett y su equipo, “habría que consultar con un experto porque probablemente no se deban ni a las hormonas ni al periodo adaptativo”. La psicóloga española también hace hincapié cuando se trata de un trastorno en sí “debe ser diagnosticado por un especialista. Se caracteriza, sobre todo, porque no permite disfrutar, los síntomas se vuelven invalidantes e intrusivos hasta el punto de limitar la vida social. Después, cuando nace el bebé, se les empieza a medir como si fuesen robots y los dichosos percentiles se convierten en una especie de examen cada vez que la mamá acude al pediatra”.